domingo, 3 de febrero de 2013

El Pí de Pollença


En Pollença, la mañana del 17 de Enero, van a la finca de Ternelles, buscan un pino de más de veinte metros, lo talan, lo desbrozan, lo pelan, lo llevan hasta la Plaça Vella, lo enjabonan, lo clavan en el suelo y, cuando ya está bien sujeto, los mozos intentan trepar por él y coronar la copa, donde hay un saquito con confeti y una cesta con un gallo. Veinte metros son muchos, una casa de cuatro pisos, más o menos. El tronco es muy grueso en la parte baja, solo se puede trepar completamente abrazado a él; lo más fácil son los últimos metros, pero hay que llegar a ellos: y no hay red, ni arnés, ninguna medida de seguridad, ni siquiera la piña humana que formarían los castellers y que podría amortiguar el golpe. En la parte baja se forma un remolino de chicos, todos muy jóvenes, que quieren intentarlo subiéndose unos encima de otros, a veces cooperando entre ellos para salvar los metros más difíciles, a veces estorbándose y pisándose. La plaza está abarrotada de gente que suspira y grita con los fallidos intentos, que duran dos o tres horas. A veces un mozo consigue salvar los primeros metros, llega hasta la mitad, la gente empieza a gritar animándolo a seguir, él se queda inmóvil, abrazado al pino y, en el instante en que afloja los brazos un poco, empieza a deslizarse hacia abajo y la plaza se llena de un gigantesco oooohhhh!!! decepcionado. Ya entrada la noche siempre alguno empieza a subir sin detenerse y, cuando salva los dos tercios del pino, ya casi es seguro que lo consigue y es entonces cuando la plaza estalla de emoción. Al coronar la copa desata el saquito de confeti y derrama sobre la plaza una lluvia de polvo brillante que no vale nada pero se recibe con gritos de alegría, como si un rey magnánimo arrojase oro a puñados. Luego el héroe desciende entre aplausos. Lo encontramos horas después en un bar, rodeado de sus amigos, todavía recibiendo palmadas y abrazos. Volvimos a pasar por la plaza muy tarde, cuando ya no había nadie. Visto desde abajo, el enorme tronco desnudo parecía un larguísimo camino. Fue un placer abrazarse al pino y una sorpresa comprobar que era imposible subir un centímetro. La gran mayoría de los que estábamos en esa plaza no podríamos subir ni un metro; muy pocos pueden llegar hasta la mitad. El esfuerzo está perfectamente calculado para que sea casi imposible conseguirlo pero siempre haya alguien que lo consiga. Genera la alegría de que al menos alguien lo logró; si yo no puedo, que al menos otro pueda porque así, una parte de mí puede sentir que puede, la parte de mí que se identifica con el héroe. Una alegría solidaria y un punto egoísta porque la ritualización de la subida al pino, su puesta en escena, permite esa identificación, ese placer vicario. Por unos segundos todos somos un poco el chico que corona el pino y que al lograrlo nos corona a todos. Tantos años en Mallorca y nunca había visto este increíble espectáculo, la forma más antigua, sencilla y efectiva de narrar el viaje del héroe.

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